lunes, 5 de septiembre de 2016

III

     Cuando Magen sea pelotuda y salga con Genaro se pasarán las siestas durmiendo en la plaza, entre covers de Spinetta y faso mal prensado.
     –Está quedando re bien, vida.
     –Así, mi amor, dale con fuerza para que no se deshaga.
     Pasada la noche diurna él se recostará, sentado, sobre las piernas de ella sentada atrás, mientras ella le enrolla una mecha de pelo entre las manos para que de esa prestidigitación salga una rasta perfecta. Ella ya tendrá una, se la hará él. Que saldrá de su gorrito que ahora será rastafario. Y ella querrá que la de él sea idéntica. Más larga, por supuesto, porque su pelo es largo y rubio y le encanta. Pero de esas dos rastas, ella creerá, saldrá una conexión que trascenderá toda distancia. Una mezcla de magia magnética y cordón umbilical que los hará nutrirse a través del otro. Aun distantes, en otros lados, con otras conversaciones de otras personas, dependientes, conectados y creciendo, conscientes de que lo que alimenta del otro no es una palabra de sabiduría o una acción increíble, sino una imagen, la presencia, tan inmaterial como astral y por eso más verdadera, más profunda y significativa. Real. O tal vez es que están volados.
     Bajo una de las aletas pectorales se asomará el alba de lo que será el segundo amanecer del día. A Genaro le encanta eso y se prenderá un pucho aun sabiendo que no debe, que Magen no puede sentir ese olor. Y como el sol sale y él reconoce eso y otras cosas, le dará a Magen sus anteojos estilo Lennon color púrpura para que ella se los ponga, consciente que inconscientemente ella sacará un balance entre ambas cosas, una matemática del amor, tan desproporcional como temporalmente circunstancial, y que en el final X siempre acaba en un besito en la nuca.
    –Si viniera un dios a concederte un deseo –propondrá Magen, acomodándose los lentes– ¿qué le pedirías?
     –Creo que droga.
     –Pero mirá que es un dios zarpado, que te puede dar un cielo o un mar del color que vos más te guste.
     –Aah, entonces un mar de droga.
     –Oh... Yo le pediría un campo de amapolas. ¿Te conté que mi sueño es un campo de amapolas?
     –Seeeh, Magen, me contaste –y como evitando algo Genaro se levantará–. Vení, cogollito dulce, vamos a caminar un cachito.
   Ella le agarrará la mano que él le tienda, con firmeza, con confianza, sonriéndole, y él tirará hacia sí para recibirla por la cintura. Efectivamente caminarán por la plaza, entre árboles que vuelven a recibir nuevamente luz pero por suerte no demasiada, quizás el frío, quizás las ganas, así que un par de vueltas nomás, y terminarán chapando bajo la sombra de un pino, una mordida, el cachete, si hubiera barba pincharía pero sólo hay cuello y él le toca el culo y ella se calienta y se le friega con la pelvis cada vez más arqueada y los párpados más pesados de caliente humedad.
     Algo menos de luz y terminarán en el baño mugroso del subsuelo de la plaza y con la puerta sonando de los toc-tocs de un pobre tipo.
     –Apuren, muchachos, que tengo que limpiar.
     Y mientras Magen, con la cara y los pechos estampados contra la pared toda escrita sobre el inodoro, recibe pija y pija y se soba una teta para sentir más, Genaro le contestará:
     –Tranca, man. Laburá tranquilo. Nosotros ya salimos.
   Quizás haya algo excitante en el barrido municipal. Genaro acabará con un par de jadeos de su voz ronca, habrá un par de besitos de cierre y luego se separarán. Magen no habrá terminado de abotonarse los pantalones cuando Genaro diga que se tiene que ir.
     –Oooh... –y pondrá una carita baja y que no querrá ser triste.
  –Tranqui, mi amor. Vos y yo estamos conectados. No hay despedida verdadera entre nosotros. 
     Pero aun así se irá.
Magen por Silvo

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