lunes, 26 de septiembre de 2016

IX

     –Vamos a ir al puente a tirarle piedras a la ballena. ¿Querés venir? –le dice alguien.
     Magen dice que no con un movimiento de cabeza. Tiene la cara recostada en los brazos cruzados sobre el banco. Su mirada está vacía, en la nada. El mismo vacío que se refleja en la mañana. Y aquel mismo alguien se queda mirándola mientras los demás lo llaman desde la puerta del aula.
     –Tal vez deberías visitar a Rami –le dice–. Está hospitalizado.
     –Sí, tal vez debería.
     Pero no piensa hacerlo.
   El aula queda vacía. Partículas de mugre y polvo de tiza añeja flotan suspendidos en la pecera de luz. "Ufff", suspira Magen, y se puede levantar y no lo hace.
     –Qué poronga.

     La puerta a la terraza ya no da a un cielo azul sino a la panza gigante de una ballena intrusa que se asoma como la cara de una luna nueva. Es temprano y todavía queda algo de sol antes de que la cosa ésa se lo coma. Magen se sienta frente a la cornisa, con las piernas cruzadas como un indiecito.
     A un costado de ella hay una piedra. La agarra y empieza a garabatear sobre el piso su depresión. Entonces se da cuenta de que es todo un poco idiota. Hasta ahora, quizás estúpidamente, nunca se preguntó el por qué de tantas molestias. Era solo un beso, en una noche cualquiera y con una chica cualquiera. Sigue garabateando. Quizás tiene que ver con eso mismo, se dice, y con la forma en que la vida se arraiga en magias pequeñas, casuales, y por eso puramente mágicas. O quizás era el destino y algo inmenso y el acto heroico de darle un sentido a todo eso que no lo tiene. Quién sabe. Y Magen piensa en esas cosas o parecidas, perdida y triste bajo la enorme ballena de mirada indiferente. De repente siente una frustración y un enojo terribles y la mira a la criatura ahí arriba.
     –¿Qué estás haciendo ahí, bicho de mierda?
     Magen se levanta, agarra la piedra y se la tira con todas sus fuerzas. El cascote se eleva un poquito en el cielo y cae sobre la calle vecina, rompiendo algo que parece un parabrisas. Se escucha el ruido. Inquieta, se asoma. Y puede ser que vea el vidrio roto como puede que no; no importa. Ahí al lado, en la vereda del frente, está Daniela, misteriosamente, mirándola. Un viento le levanta basura y papel sobre sus pies.
     Magen baja a toda velocidad por escaleras y corredores hasta salir del colegio y directo a la calle. Daniela sigue ahí, y en su cabeza, extraña, el par de orejas sin esconder. Magen cruza y la encara.
     El viento señala como una mano amiga el camino.
     –¿Qué estás haciendo acá?
     Hojas caen y solo entonces es otoño.
     –¿Acaso me estás siguiendo?
     –No.
     Magen la mira. Espera.
     –Sólo paseo. Soy una vagabunda y paseo.
     Magen. Hay algo diáfano en su mirada. Espera.
     –Yo estoy muerta, Magen. Soy un fantasma.
     Pero era una mentirosa de mierda.




   –FIN–

Dani por Delfina Liébana

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