lunes, 19 de septiembre de 2016

VII

     –Concha –dice una Magen en el presente, repasando eso que no sabía que sabe.
     Y por supuesto que está perturbada y todo. Pero ahora sabe algo. Es un progreso. Un gesto quizás lindo, un par de palabras, una sensación, fueron los únicos sobrevivientes a los naufragios del sueño y la resaca, en este momento un poco empapados de vergüenza y sentimientos confusos. Pero es un comienzo, un principio para investigar. Ahora tiene que ir al lugar donde se averiguan las cosas.
     Magen camina por la plaza, como alguna vez hizo casi cotidianamente. Su segunda casa y que solía ser primera. Perdida en sus propias preocupaciones, mucho más importantes y urgentes, no medita en que con la pérdida, la corrupción y el desgaste de tantos dispositivos estatales la topografía del barrio había sufrido cambios. Ya nadie circulaba inintencionadamente por la plaza. Convertida ahora en una microciudadela contracultural de comunidades antiburguesas, la masa funcionalmente incorporada al constructo social había sabido independizarse de ella, aislarla, como a un organismo canceroso y dañino. Este proceso generó en el barrio una división estructural básica en relación a la plaza: un adentro y un afuera. Si para los de afuera no se trata más que de "los chicos de la plaza", para los de adentro hay clanes, culturas y niveles objetivamente distinguibles, dependiendo de la zona, los horarios y la época del año que ocupen. Ninguno demasiado desarrollado, estos grupos supieron llegar a una paz relativamente estable entre ellos y con la comunidad circundante tras largas negociaciones y aún más largas balaceras. Y fue así que en el centro, junto a los tres mástiles de la plaza, estaba el más importante y organizado de ellos: el grupo anarcoterrorista liderado por Michelle. "Imagina" para los amigos y aquellos otros que le reconocían ciertos valores utopistas.
     –Y hablando de Roma...
     Michelle está recostada contra uno de los pilares que hace de base para el mástil principal. Entre los dedos de una mano tiene un pucho de tabaco casero; en la otra un rifle de asalto. Y el pucho cambia de dueño entre sus amigos que la rodean y conversan con risas, algunos saltos y armas de corto alcance. Alguien hace malabares con unas naranjas. Otro afina una guitarra aerosoleada. Magen duda que el pucho no esté nevado con alguna combinación química de segundo año de taller de laboratorio: no sería la primera vez que buscasen a Dios en el libro de temas de esa materia.
     –¿Qué? ¿Me estaban bardeando?
   Magen interrumpe una conversación entre los del grupo más cercano a Michelle, que ahora la miran llegar sin demasiado interés. Entre ellos, la novia de Michelle, que se llama Laura y que es una criatura bastante mágica. Linda, tímida, silenciosa, llena de música. Un arito en la nariz y el tatuaje de los elefantes que sobre la tortuga sostienen el peso del mundo chiquito en uno de sus brazos. Magen se enamoró muchas veces de ella y tal vez se sigue enamorando ahora. Pero ella no deja de quererlo todo con Michelle.
     –¿Qué andás haciendo acá?
     –Estoy buscando a alguien.
     –Acá no está.
     –Ya sé que no está. Quiero saber dónde.
   –Aaah, querés información. Ojo que así no trabajamos nosotros. La información cuesta plata, nenita.
     –Dejá de dártelas de mafia cibernética. ¿Fueron ayer a lo de Lean?
     Magen sabe que sí. Después de todo ella se lo garchaba. La lesbiana careta ésa.
     –¿Me estás jodiendo? Si nos cruzamos nosotras dos y casi nos agarramos de las mechas. ¿No te acordás? Estabas re loca.
     –¿Posta? Bueno, estoy buscando a alguien de ayer.
     –¿A quién?
     –Ése es el problema. No tengo idea.
    –Paaaráaa. ¿No estarás buscando a la nenita que te comiste, no? –Y se empieza a cagar de risa. Un par de los tipos que tiene al lado se ríe también.
     –Concha...
     –Ay, me muero si la buscás a ella. Sos una hija de puta, Magen.
    Un campo de concentración de sentimientos encontrados vuelve a instaurarse en su cara y en su corazón. Quizás por primera vez en la vida no sabe qué contestarle a Michelle. Todo esto fue un error desde el principio. Ahora los ojos caníbales de la forra ésa y de sus acólitos se alimentan de su vergüenza y de su confusión. Y están también esos ojos, los otros, de Laura, que son profundos y negros como un eclipse bajo el cual protegerse del infierno del sol.

     La tarde se vuelve una mierda y Magen se pasea entre calles cortas que no dan a ninguna parte. De repente una figura parece esperarla en una esquina, bajo la última sombra de un árbol y un mural graffiteado de pájaros volando.
     –¿Laura?
     El eclipse de sus ojos se vuelve hiperbólico, tragándoselo todo. A Magen extrañamente se le acelera el corazón.
     –Se llama Daniela.
     –...¿Eh?
     –Tu chica... Daniela se llama.
     –Oh... Gracias.
     –Por favor, no le digas a Michelle que te conté esto.
    De repente Magen se llena de valor y su pecho se le inflama, como si estuviera a punto de declarársele.
     –Perdoname que te lo diga así, pero esa turra no te merece.
     Laura baja la mirada y no le contesta nada.
Laura por Ciervo Blanco

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