jueves, 22 de septiembre de 2016

VIII

     Ocurrió una tarde que una parejita se paseaba por las calles ventosas de un Ituz amarillo otoño. Él tenía un skate y ella una cámara fotográfica colgando de su recién nacido corazón, y los dos se rozaban tímidamente los dedos como por accidente porque todo era muy nuevo y había que cuidarlo o siempre estaba el riesgo de que se pudiera romper.
     Esa misma mañana él le había dicho en la escuela:
     –¿Me acompañás a la terraza?
     El AUPI tenía una terraza a la que sólo se accedía por escaleras y puertas secretas. Los suicidas tiempo atrás supieron subir allí arriba para definir el resto de sus tardes por lo que eventualmente el camino se llenó de candados transitorios. Pero él conocía las maneras de llegar, y había guiado a una impresionada, excitada y seguramente ya enamorada ella al enorme cielo azul. Los dos se habían pasado la mañana con las patitas colgando sobre el abismo. Entonces él le había dicho:
     –Creo que te quiero desde hace muchísimo tiempo.
     Se habían besado, y aunque fueran un poco amigos desde hacía tantos años ahora todo era distinto.
     Esa tarde caminaron los dos entre cielos rosados, hamacas solitarias, la promesa lejana de un invierno muy frío y el perfume dulzón de las flores pudriéndose. Hablaron de muchas cosas y él le contó que tenía un amigo que murió o lo mataron en un acontecimiento confuso –aunque para él y su banda no fuera nada confuso– y que se llamaba Sachiel.
     –¿Sabés lo que es un fénix?
     –¿El pájaro?
     –Sí, un pájaro de fuego –le dijo, y le empezó a contar, como si se abriera algo dentro de él, y ella lo miraba mientras él hablaba–. Es un pájaro inmortal. Vive nosécuántos muchos años, muere y vuelve a renacer de sus cenizas, así todo el tiempo y por toda la eternidad.
     –¿Eso es lo que te querías tatuar?
     –Sí, por Sachiel. El chabón era un fénix para nosotros. Por eso todos nos queremos tatuar un fénix que sea distinto para cada uno pero siempre el mismo. Como el fénix, que renace y siempre es el mismo pero distinto.
     –Qué hermoso, Rami.
     –Sí. Además, no sé si sabías, pero el fénix siempre vive la misma cantidad de muchos años. Pero a veces pasa que lo que vive es tan intenso que se prende fuego y se consume en su propio incendio. Así fue Sachi, como el fénix, que es inmortal pero que tiene la posibilidad de morir antes y de pura intensidad.
     Él quizás no se dio cuenta de que se había dejado llevar. Pero ella estaba encantadísima. Se sentía increíble y llena y amando cada vez más. Entonces ocurrió que hizo algo que casi nunca hacía: se sacó el gorrito de la cabeza.
     –¿Las habías visto? –le preguntó, avergonzada.
     Él miró las orejeras, algo sorprendido.
     –No me acuerdo. Creo que sí. ¿Te avergüenzan?
     –Un poco.
     –¿Y por qué no te las sacás?
     –No salen.
     –...
     –Yo también tengo una amiga muerta –dijo ella, y eso que olvidó mencionar al fantasma que habitaba en su pieza.
     –Oh...
     Caminaron en silencio. Eventualmente llegaron a un momento en que él le pidió la polaroid para sacar una fotografía.
     –¿Me la prestás? Quiero guardar todo tal cual está ahora.
     –Bueno –Y se la descolgó de su cuello. Que ella supiera, nadie nunca le había usado su cámara antes.
     Se la entregó.
     –¿Te puedo fotografiar?
     –Sí.
     Se apoyó contra un paredón y el lente de la cámara le apuntó como un arma. No era la primera vez que ocurría, después de todo la mayor parte de las fotografías que sacaba eran a sí misma. Le gustaba. No, le encantaba sacarse fotografías. Había un placer en eso que era de tipo sexual y casi masturbatorio. Algo que hacía con cierta soledad y que después publicaba en internet bajo un nombre falso. Ella no vislumbraba este carácter sexual de su placer ni tampoco lo relacionó con el hecho de que fuera virgen. De cualquier forma dejaría de serlo dentro de muy poco y nada cambiaría: coger no le daría los mismos placeres que los disparos de su cámara.
     Pero esta vez era especial. Nunca se había dejado fotografiar por otro y se le ocurrió que la sensación era la misma a pararse en pelotas ante alguien más. Sin embargo lo hizo: se apoyó de espaldas sobre un paredón de ladrillo, pintado con un stencil que decía "Dr. Love" y una estrella de cinco puntas cruzadas, y con la cara y el cuerpo invadidos dulcemente por los últimos haces naranjas de luz se dejó disparar.
     La polaroid imprimió:

     "En la melancolía núbil de tu mirada
     está lo púrpura de mi ensueño original
     escapando ya lejano como el último sol"

Rami por Joaquín Herrera (13 años)

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