Ocurrió una tarde que una parejita se
paseaba por las calles ventosas de un Ituz amarillo otoño. Él tenía un skate y
ella una cámara fotográfica colgando de su recién nacido corazón, y los dos se
rozaban tímidamente los dedos como por accidente porque todo era muy nuevo y había
que cuidarlo o siempre estaba el riesgo de que se pudiera romper.
Esa misma mañana él le había dicho en la
escuela:
–¿Me acompañás a la terraza?
El AUPI tenía una terraza a la que sólo se
accedía por escaleras y puertas secretas. Los suicidas tiempo atrás supieron
subir allí arriba para definir el resto de sus tardes por lo que eventualmente
el camino se llenó de candados transitorios. Pero él conocía las maneras de
llegar, y había guiado a una impresionada, excitada y seguramente ya enamorada
ella al enorme cielo azul. Los dos se habían pasado la mañana con las patitas
colgando sobre el abismo. Entonces él le había dicho:
–Creo que te quiero desde hace muchísimo
tiempo.
Se habían besado, y aunque fueran un poco
amigos desde hacía tantos años ahora todo era distinto.
Esa tarde caminaron los dos entre cielos
rosados, hamacas solitarias, la promesa lejana de un invierno muy frío y el
perfume dulzón de las flores pudriéndose. Hablaron de muchas cosas y él le
contó que tenía un amigo que murió o lo mataron en un acontecimiento confuso –aunque
para él y su banda no fuera nada confuso– y que se llamaba Sachiel.
–¿Sabés lo que es un fénix?
–¿El pájaro?
–Sí, un pájaro de fuego –le dijo, y le
empezó a contar, como si se abriera algo dentro de él, y ella lo miraba
mientras él hablaba–. Es un pájaro inmortal. Vive nosécuántos muchos años,
muere y vuelve a renacer de sus cenizas, así todo el tiempo y por toda la
eternidad.
–¿Eso es lo que te querías tatuar?
–Sí, por Sachiel. El chabón era un fénix
para nosotros. Por eso todos nos queremos tatuar un fénix que sea distinto para
cada uno pero siempre el mismo. Como el fénix, que renace y siempre es el mismo
pero distinto.
–Qué hermoso, Rami.
–Sí. Además, no sé si sabías, pero el
fénix siempre vive la misma cantidad de muchos años. Pero a veces pasa que lo
que vive es tan intenso que se prende fuego y se consume en su propio incendio.
Así fue Sachi, como el fénix, que es inmortal pero que tiene la posibilidad
de morir antes y de pura intensidad.
Él quizás no se dio cuenta de que se había
dejado llevar. Pero ella estaba encantadísima. Se sentía increíble y llena y
amando cada vez más. Entonces ocurrió que hizo algo que casi nunca hacía: se
sacó el gorrito de la cabeza.
–¿Las habías visto? –le preguntó,
avergonzada.
Él miró las orejeras, algo sorprendido.
–No me acuerdo. Creo que sí. ¿Te
avergüenzan?
–Un poco.
–¿Y por qué no te las sacás?
–No salen.
–...
–Yo también tengo una amiga muerta –dijo
ella, y eso que olvidó mencionar al fantasma que habitaba en su pieza.
–Oh...
Caminaron en silencio. Eventualmente
llegaron a un momento en que él le pidió la polaroid para sacar una fotografía.
–¿Me la prestás? Quiero guardar todo tal
cual está ahora.
–Bueno –Y se la descolgó de su cuello. Que
ella supiera, nadie nunca le había usado su cámara antes.
Se la entregó.
–¿Te puedo fotografiar?
–Sí.
Se apoyó contra un paredón y el lente de
la cámara le apuntó como un arma. No era la primera vez que ocurría, después de
todo la mayor parte de las fotografías que sacaba eran a sí misma. Le gustaba.
No, le encantaba sacarse fotografías. Había un placer en eso que era de tipo
sexual y casi masturbatorio. Algo que hacía con cierta soledad y que después
publicaba en internet bajo un nombre falso. Ella no vislumbraba este carácter
sexual de su placer ni tampoco lo relacionó con el hecho de que fuera virgen.
De cualquier forma dejaría de serlo dentro de muy poco y nada cambiaría: coger
no le daría los mismos placeres que los disparos de su cámara.
Pero esta vez era especial. Nunca se había
dejado fotografiar por otro y se le ocurrió que la sensación era la misma a
pararse en pelotas ante alguien más. Sin embargo lo hizo: se apoyó de espaldas
sobre un paredón de ladrillo, pintado con un stencil que decía "Dr. Love"
y una estrella de cinco puntas cruzadas, y con la cara y el cuerpo invadidos
dulcemente por los últimos haces naranjas de luz se dejó disparar.
La polaroid imprimió:
"En la melancolía núbil de tu mirada
está
lo púrpura de mi ensueño original
escapando ya lejano como el último
sol"
Rami por Joaquín Herrera (13 años) |
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